lunes, 3 de septiembre de 2007

Editorial


Alguien grita desde el fondo del espejo, alguien que podría ser yo mismo pero es el otro, es aquel que me posee hasta el extrañamiento, es la soledad que indaga en los recovecos oscuros de la noche buscando un nosotros.
Ya nadie te alzará en la pregunta infantil del doble del espejo. El espejo ahora se astilla. Los filos esbozan itinerarios sobre el mapa que cubre tu espalda. Ya nadie responderá la pregunta. Alguien que tiene las manos deshechas te llama desde el fondo del reflejo, tu propia imagen llamándote extraño. El idilio de la angustia viene a buscarte. Las sombras de aquellos. Retrocedes, tomas distancias para verlos, para verte. Intentas conocer el reverso. El reverso es ese espejo que se encuentra en el espejo del ojo ajeno.

Los otros son los que unen minuciosos borde con borde las partes deshechas del destino. Pero no lo saben. Los otros no lo saben. Ellos solamente igual que vos se duermen en el arte de ignorarse. Desaparecen. Desaparecemos. Los otros gritan tu nombre. Vos los llamas a ellos. Se juntan las manos y los cuerpos. No hay bordes. Es la existencia de la gran masa heterogénea de la vida. El dolor haciéndose rey. Es buscar a tientas la costilla de la igualdad cuando el miedo a lo distinto nos carcome y la diversidad es inminente.

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